martes, 16 de junio de 2009

Bienal de Venecia, 2009

por Paula
A propósito de la 53ª Bienal de Venecia, se ha hablado sobre el lugar de Chile en el contexto del arte internacional. En un medio se escribió: "Chile no existe como escena artística en el mundo". Me inclino a pensar que las reflexiones sobre este asunto ya están agotadas, pero sin duda la sola idea antes planteada nos permite vislumbrar la repercusión del primer pabellón chileno en Venecia, y de la presencia de la obra de Iván Navarro como único expositor.

En efecto, se trata de uno de los eventos más importantes del campo artístico y, por cierto, esta es la primera vez que Chile participa con un espacio propio. Algo de esto es posible recoger en la prensa, que destaca dicha presencia y el significativo esfuerzo que implicó.

Ahora bien, allende de aquello, queda la Bienal de Venecia y la instalación de Iván Navarro "Threshold" (Umbral).

Como he venido sugiriendo, se trata de un gran evento que convoca al arte, la política y el dinero por igual. En esta ocasión bajo el título Fare Mondi / Making Worlds / Bantin Duniyan / Fazer Mundos / Construyendo Mundos..., nombre que se multiplica por el gesto de la traducción. Sabemos que no se trata de una "réplica" silenciosa, sino del efecto inquietante de una paradoja: frente a la operación de expresar una misma idea en distintas lenguas, surge la evidencia de su imposibilidad. Así lo expresa muy coloquialmente el curador a cargo de la bienal, Daniel Birnbaum, al constatar que cada lengua resignifica el título de este certamen.

La idea central, a saber, la configuración de espacios concebidos como posibilidades de mundos, nos sugiere que las expectativas están puestas en las relaciones que dichos mundos pueden acoger y configurar. De este modo, el ejercicio artístico se exhibe en su preocupación por la invención de lugares para quienes se relacionan en los espacios del arte. En este contexto, las ansías por novedades "formales" son reemplazadas, y en su lugar aflora el entusiasmo por explorar nuevas formas de intercambio social.

La declaración es llamativa y su materialización también. Desde la transformación de uno de los recintos expositivos de la bienal en un centro permanente, hasta la convivencia de grandes figuras del arte contemporáneo, por ejemplo el homenajeado John Baldessari, con figuras emergentes como Natalia Djurberg (León de Plata a la promesa de esta edición). Ocurriendo uno de los aciertos más comentados de Birnbaum, una suerte de comunicación entre jóvenes y maestros. No se trata aquí de encuentros de pasillo, sino de la reactualización de la herencia dispuesta como material artístico.

Desde luego, frente a este tipo de propuestas, llamadas "formas relacionales" por Bourriaud (Estética Relacional, Adriana Hidalgo editora, 2006), existe más de una opinión. Rodrigo Zuñiga en su libro La demarcación de los cuerpos (Ediciones Metales Pesados, 2008) abordó con cautela estas formas de arte. Frente a lo que Bourriaud considera un proyecto político, Zuñiga ve el empeño por sostener una esperanza utópica sobre el arte, al buscar en éste un nicho de resistencia a las actuales condiciones del capitalismo avanzado.

Intentando aproximarnos a la 53ª Bienal de Venecia he creído oportuno dar cuenta de algunas primeras impresiones, las que, en definitiva, determinaron el modo de abordar este evento. Pues, si como señalé más arriba, las obras son superadas por experiencias de duración ilimitada, la distancia -entre Santiago y Venecia- resulta insalvable. Lo que me interesa entonces es apuntar la oscilación entre el acceso descampado de la información sobre la bienal y la irreductibilidad del espacio-tiempo que producen las obras en/de ella.

Queda para el anecdotario la obra de Iván Navarro, la presentación del video Las cenizas de Pasolini de Alfredo Jaar y uno de los eventos colaterales más importantes del certamenten, el despliegue multimedia de La Boda de Caná de Peter Greenaway. De ellos, poco a poco nos enteraremos.

Por ahora, les dejo un video de Daniel Birnbaum, hablando sobre arte y la bienal.